LA VOZ DEL ANTIPOETA

 

Por Marcelo Coddou

 

El lector ingenuo que siga creyendo que la aparente sencillez de la antipoesía es signo de su falta de complejidad interna (complejidad en todo: en sus fundamentos, en los proyectos que la movilizan, en la naturaleza de su lenguaje, en los niveles composicionales), va a encontrar el más rotundo desmentido en este estudio de Mario Rodríguez... Y ese lector que estamos imaginando sí podrá acceder al trabajo del profesor penquista, pues éste constituye el sexto volumen de una colección destinada "al gran público", lo que implica accesibilidad de doble cuño: un bajo costo relativo y un lenguaje crítico que, sin dejar nunca de ser riguroso, no se encariña en su propia terminología y conceptualización o, cuando lo hace, tiene buen cuidado de recuperar la necesaria legibilidad.

Escrito es éste que ofrece como nota sobresaliente la de su utilidad: constituye introducción lograda a la órbita del antipoeta de Canciones rusas. Obra de un conocedor a fondo de Parra - Rodríguez es coautor, con Hugo Montes, del primer libro sobre el poeta ñublense, en el ya lejano 1970-, y que se estructura en cuatro partes: el estudio mismo; una escueta cronología; una bibliografía de artículos selectos y de libros sobre Parra (incluye el no desdeñable número de 13 títulos dedicados exclusivamente a Parra); y una antología ordenada por temas, breve pero suficiente para los fines perseguidos.

DISCURSOS RITUALIZADOS

El análisis cubre las diversas formas asumidas por la expresión poética parriana: el antipoema propiamente tal, el artefacto, el chiste y el ecopoema. Su perspectiva es variada: va desde el .reconocimiento de lo que significa la antipoesía como ruptura frente a la institucionalidad literaria (que el ensayista estima acontecimiento homólogo al de Darío a fines del XIX), hasta la caracterización de los rasgos resaltantes de su lenguaje: imagen desacralizada del sujeto poético, incorporación de la oralidad, el libro concebido ya no necesaria y exclusivamente como artefacto verbal lineal y cerrado, etcétera. Subrayando la excentricidad del antipoeta, atiende con especial cuidado a los tipos de giros que se reiteran en su obra, en terminología del crítico: el del tabú, el de la lengua extranjera, y el del espíritu socrático (esté último considerado desde la revisión de "El discurso de Guadalajara", pronunciando por Parra al obtener, en 1991, el premio Juan Rulfo).

Los soportes teóricos principales de los que se sirve son los que le proporcionan el Foucault de El orden del discurso y el Deleuze de La literatura y la vida, ambos juiciosamente leídos a la luz del entorno cultural concreto del poeta chileno. A estas bases teóricas suma una atenta consideración -también crítica- de los principales estudiosos del antipoeta.

Para orientar a hipotéticos lectores parece conveniente citar algunas afirmaciones del ensayista de las que sus análisis (aquí imposibles de resumir apropiadamente) procuran ser comprobación. Por ejemplo ésta: "las elites latinoamericanas recortan al máximo la capacidad del lenguaje para dar cuenta de la materialidad cotidiana, espiritualizando la literatura bajo la forma de la creación artística". Es ése el campo de los procedimientos discursivos relacionados con el poder y el deseo que la escritura parriana -propone Rodríguez- viene a demoler, entre otros medios -en definitiva democratizadores- por el empleo de voces que encarnecen los discursos ritualizados: las del predicador callejero, el loco, el energúmeno, el chusco.

Rodríguez tiene buen cuidado en distinguir entre los alcances que en tal aspecto llega Parra y los excesos y liviandades de "sus seguidores de menor calidad", tan sobreabundantes en Chile -y no sólo en Chile- y que creen que con el chiste barato, la chirigota mordaz o la extrema vulgaridad, están cumpliendo con las pretensiones de la antipoesía de nivelación entre el lenguaje literario y el de la comunicación inmediata. Lo que en Parra son "formas de aminoración paródica de una lengua mayor que se había plegado y retorizado de un modo insoportable", en escritores menos capaces se convierte en recursos facilones, sin exigencias de creatividad. Por el contrario, el antipoeta trabaja en ese corredor de voces (Bajtín) que es la lengua chilena, en sus múltiples registros y de cuya hibridez se apropia.

Rodríguez estudia acuciosamente las formas asumidas por Parra en su rechazo en bloque de los fundamentos decimonónicos de la poesía moderna. Llega así a esclarecer cómo la antipoesía es radicalmente un despliegue, una negociación de esa lengua extranjera en que se había convertido el lenguaje de la modernidad y del vanguardismo. Pero es también - según tesis del ensayista-, un hacer entrar en crisis el discurso poético no sólo entendiendo a su raíz estrictamente estética (la alquimia verbal de la que hablara Rimbaud), sino también el proyecto de revolución política en el que se sustentaba. De tal modo Parra sería el iniciador del discurso posmoderno. Nada menos. Tal conclusión lleva al crítico a sostener -en tono solemne que carece por completo de ironía parriana-: "atribuído a Parra la autoría de un cambio importante en la historia de la poesía y por ende el patrimonio de uno de los proyectos poéticos más novedoso de la segunda mitad de la centuria que ya finaliza".

 

ESTUDIO COMPARADO

Consciente de lo extremado que pudiese parecer tal afirmación (y lo es: la actitud de ruptura –lo ha demostrado entre otros, Paz-, constituye verdadera tradición de la poesía moderna), Rodríguez atiende al juicio de Iván Carrasco que enfatiza el lugar marginal y transgresor que antipoesía ocupa en tal proceso de confrontación a lo establecido que en medida significativa constituye el continuum vanguardista. En este sentido afirma: "la antipoesía no es un acto rupturista más, sino la parodia de ese acto, tal vez, más exactamente, su desublimación".

Indicamos que un referente teórico del estudioso es Deleuze. Éste ha afirmado que los grandes poetas de la alquimia verbal abren una lengua extranjera dentro de la propia lengua, una habla embrollada, un tartamudeo. Parra irrumpe violentamente contra la lengua tartamuda. Siendo esto así, constituiría desafío grande el estudio intertextual entre la obra parriana y la de su cogeneracional con quien suele comparárselo, Gonzalo Rojas, tan ajeno, por talante y convicción, a esos proyectos rupturistas. Está por escribirse este importante capítulo de la historia -aún en proceso- de la poesía chilena y del cual el propio Rodríguez -en libro en coautoría con Alonso y Triviños-, ha adelantado importantes aciertos. Se podría establecer así, entre otras cosas de interés, que procedimientos de aminoración paródica, tan de Parra, al poeta de El alumbrado, nada dicen. Quizás la conclusión a que conduciría tal estudio es que tanto uno como otro poeta han dejado las huellas de sus propios lenguajes singulares en quienes les siguen y que aquel que logre encontrar la síntesis de ambas influencias -en asimilación dialéctica de las enseñanzas recibidas-, forjará un ejercicio escritural que signifique un paso innovador en el excesivamente repetitivo panorama de la lírica chilena. ¿Hay alguien que, de modo consciente o no, lo esté realizado? Son de este tipo las inquietudes que el libro despierta. Y ello no es mérito menor en un ensayo tan rico en observaciones lúcidas sobre un escritor singular de quien se concluye -de nuevo solemnemente-, que es autor de "una obra maestra (...) la más viva, provocadora y explosiva de la poesía latinoamericana contemporánea".

 

 

En: La Época, 28 de septiembre de1997.



SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile