NICANOR PARRA, COLLAGE CON ARTEFACTO

Por Héctor Fuenzalida

 

 

Hay en todas las grandes ciudades barrios tranquilos, olvidados de la mano de los hombres, pero secretamente heridos por el rayo de Apolo.

Un día caminaba con Neruda en dirección a la casa en que entonces se asilaban los Parra. Habíamos salido de la del poeta, en la Avenida Lynch, su primer "Michoacán" florido. Ese "Michoacán" fue casa generosa. La compró y la construyó para él y para sus amigos. Fue su primera Residencia en la Tierra, cuyo alegre nombre mexicano cruzaba el madero de la cancela tallado en áspero bajo relieve. Nunca hubo menos de diez amigos sentados a su mesa, sin faltar el pan y el vino de la cordialidad.

Esta primera residencia parecía una gruta con sus maderas desnudas bajo el ligero afeite de los barnices transparentes, sus decorativas plantas de hojas grasas, su acuarium, su insectario de falenas amazónicas, sus grandes sofáes y sillones tapizados con nonatos tiernamente curtidos; sus veleros embotellados, en medio de la gran solidez de las murallas de piedra desollada que decoraban unas espesas y sombrías pinturas de Cavalcanti. En la entrada se pisaba sobre lozas de greda cocida y tablones reciamente entarugados, preámbulos escénicos de una escondida biblioteca de ricos elzevires y una fabulosa colección malacológica cuya entrada custodiaba un lamparero gigante de bronce al asalto en lo más sombrío e inesperado del pasillo de distribución. Dentro de un concepto rústico que le había dado el arquitecto Roberto Meza Campbell, estaba allí visible y desnudo el rayo cegador de la fantasía del poeta que tocaba al exotismo con los más puros y olvidados materiales terrestres. Un complicado andamiaje de préstamos y avances financieros de la Caja de Empleados Públicos y algunos compasivos gerentes, habrían permitido al poeta realizar su sueño residencial. Ibamos con Neruda a la casa de Parra que era todo lo contrario. Ésta parecía una carpa de circo que se muda, sin nada seguro, sin estilo alguno. Pero, llena de cantos y rumor de fritangas, con un pequeño parrón cojo y demente que amenazaba venirse abajo en su borrachera, dentro de ella abundaban siempre los Parra que heredaban el nombre por la línea paterna y materna. Iban y venían buscando, transitoriamente, pan, techo y abrigo, alrededor de algo o de alguien que los unía ocasionalmente con el poder de una jefatura nómade.

La casa estaba dominada entonces por una mujer nerviosa, que hablaba a voces, bebía como varón, a quien nunca se le vio un diente en su lugar ni tampoco una armazón de cabellos coronando su cabeza, porque esos parecían preferir sus mejillas dándole gran trabajo desembarazarse de ellos mientras cantaba, tosía, se sonaba y daba órdenes a unos niños que le seguían gimoteando en todos sus movimientos. Violeta tenía la voz ronca y raspada, una voz que se cansó en el grito -la de las madres campesinas- que ella desperdiciaba en los usos caseros, hasta en el de entretener, cantando sus soledades y penas... Vivía apegada a una antigua guitarra que le acompañaba hasta en el lecho.

¡Nadie puede quejarse cuando tú
cantas a media voz o cuando gritas
como si te estuvieran degollando
Viola volcánica!

En esta casa todo se hacía conforme a un primitivo orden de cacicazgo. Ella lo usufructuaba ejerciendo el mando de varón y derramando su ternura enérgica y desgarrada sobre sus hijos Ángel e Isabel, su hermana Hilda y a veces su madre, doña Clarita Sandoval, viuda y sobreviviente de un matrimonio trashumante, y un curioso personaje de entrada y salida, presente siempre en la cita del vino, artista circense, vago, silencioso con los extraños, si no corría sobre la pista inflando los telones de una carpa... Todo este circo vivía bajo la tutela de esa tremenda Violeta Parra "jardinera, locera, costurera, bailarina del agua transparente, árbol lleno de pájaros cantores (...)"

En demanda de la casa de los Parra, Pablo discurrió meternos por una calle que nacía de la avenida Larraín. Esta avenida es, en el barrio, algo así como un río madre con su dorso de limpio asfalto flanqueado por modestos comercios, murallones y chalecitos hundidos en medio de pequeños jardines silvestres. Era entonces algo idílico esa suave avenida Larraín, pero ya había llegado a ella, la avidez del buhonero y el mercero a encarecerle la vida a los pobres, succionándoles la cuenta de sus ahorros. La avenida se perdía en dirección a la montaña de los Ramones que oculta el cajón del Maipo. Fue el tránsito obligado de la caravana cotidiana del Presidente Ríos entre La Moneda y Paidahue.

Con Neruda íbamos perfectamente equivocados dejando la avenida, de adrede, y tomando una falsa ruta de calles laterales, obscuros cauces subsidiarios. Tras una curva nos salió al paso un rincón inesperado de idílico silencio. No parecía una calle sino un recinto agreste, totalmente campesino. En aquellos días no soñaba ningún poeta alcalde de la comuna con el ánimo de hacer geometría con el asfalto. La callecita se acunaba sobre el barro y la arena como el niño Moisés en su canastito. Todo en ella era primitivo. Estaba llena de charcos que lanzaban el reflejo frío de sus ojos abiertos en el barro. Había agua en la calzada y apenas se dibujaba el paso de la acera gredosa; grandes árboles derramaban su follaje cayendo sobre las casas arrodilladas.

Por la vereda iba pasando un caballero espectral y atildado, un bello anciano muy compuesto dentro de un terno flamante militarmente planchado, luciendo una barba cuidada por un fígaro nazareno. Llevaba un sombrero de alas rígidas y arriscadas. Era la pulcritud, el milagro sobre el barro. Neruda me dijo con gran seguridad:

-Este caballero es el dueño de la calle. Y, además, para que lo sepas, tiene un nombre antiguo, exacto, que no admite equivocaciones: se llama Juan Conrado de la Barra Maturana y es el padre de Pedro de la Barra. Vive aquí.

La calle corría paredaña a la placita donde se alzaba el bungalow pensativo de González Vera con su enorme damasco abrazando sus alares.

En este barrio dormido donde ensayaba su rayo más ardiente Apolo, se había instalado entonces en no más de cinco cuadras, sin saber cómo, cierto municipio que no ha sido nunca cosa fácil reunir, con el empeño de hacer historia. No lejos de allí llegaron Rubén Azócar y, luego, Ángel Cruchaga Santa María. Allí también murieron.

Las calles nacían resucitando nombres de pintores, poetas, escritores, artistas, pedagogos, subiendo y bajando desde la Avenida Ossa, por la Reina, hasta Paidahue. Allí está la insignia de sus espíritus en las placas de las esquinas y las bocacalles: Carlos Mondaca, Amado Nervo, Rubén Darío, Francisco Contreras, María Monvel, Carlos Silva Vildósola, Eliodoro Astorquiza, José Zapiola, Januario Espinosa, Tobías Barros, Simón González, Alfredo Helsby, Julio Montebruno, Leonidas Banderas, Blest Gana, Pepe Vila...

Nicanor Parra dejará esas calles sólo para abandonar el país. De nuevo en Chile, no se sentirá seguro sino cuando se reintegra a ellas, en sus complicados y sorpresivos regresos nupciales.

Aquel día al entrar en la casa de los Parra, recuerdo que Nicanor se paseaba por uno de los corredores muy viejos y llenos de enredaderas, llevando del brazo a Anita Troncoso su linda mujer de esos días, la madre de Catalina niña "rutilante, luz de la mañana". Lucía Nicanor cierta elegancia de pedagogo limpio, visible en el grueso nudo de la corbata, en cierto desenlace del cuello y mostrando su fresco rostro de joven polinésico que ya alteraban surcos faciales prematuros, pero exhibiendo una fácil sonrisa. Sus ojos eran grandes, porfiados, serios, atentos, riendo hacia adentro. Los Parra constituían una tribu que se hacía y deshacía, en una vaga asociación de padres a hijos que entraban y salían o partían a rodar tierras y a constituir nuevas casas con nuevos hijos, cambiando de compañía, profesión, nunca con domicilio cierto. Eran pueblo y, además, querían serlo conservando la tradición de su caos original.

Nicanor no vivía con ellos desde que emigró a Santiago con una beca del Internado Barros Arana. Se le veía muy arregladito fuera de su sociedad y su gitanería, reservándose la primogenitura y el libre derecho a mudar de mujeres al cambiar de puerta.

Cuando llegamos con Neruda ardían brasas en la casa llena de enanas sillas de totora. Había vino, tortillas de rescoldo, un grueso causeo y un asado. Con Neruda nos desplomamos sobre los únicos escaños sólidos del pasadizo, como si regresáramos de una larga cabalgata para desensillar.

Esperaban otros invitados: Tomás Lago y Rubén Azócar, quienes con Violeta y Roberto Parra, improvisado pinche de cocina, construían y oficiaban el comistrajo, mientras se maceraba el apio de las mistelas. Nicanor nos saludó con cierto aire ceremonial y luego guardó silencio frente a Neruda. Éste, apenas pudo, nos dejó, siempre con el pretexto de dormir una siesta de prescripción desde la flebitis atrapada en México. Yo seguí allí en el frío del otoño prematuro, al lado de las brasas, aspirando los olores sucesivos del vino, el mate y la carne asurada que adquiría un sabor delicioso en los límites calcáreos de la osamenta. Había que comerla apoyando la mascada en ejercicio semejante a quien toca la ocarina ahogándola entre los dedos.

Observé una gran jerarquía en la familia. En ese momento reinaba un orden militar en el trabajo colectivo. Los Parra fueron siempre innatos estrategas del asado, del vino y del canto. Tarde, casi de noche se organizó una romería que partió a la casa de Rubén Azócar, ubicada entonces en una calle lejana, perdida, llamada Las Viñas.

Nos acompañaba la volcánica guitarra de Violeta. Alguien en el camino intentó unos versos de ciego al estilo de corrido, que comenzaban:

Desde la casa de Parra
hasta la calle las Viñas
vamos cantando en guitarra
acompañando unas niñas

 

 

 

 

I I

No se puede vivir impunemente cerca de Neruda sin caer en vasallaje. Nicanor Parra instalado en su pequeño chalet de la Avenida Larraín, frente a la calle Paula Jaraquemada por donde entraban y salían hermanos y sobrinos y a escasas cuadras de la residencia de Neruda, resistía, aislado, manejando un antídoto secreto contra el coqueluche nerudiano.

Siempre se podía hallar a Parra sentado, en la tarde, balanceándose sobre una silla con las piernas extendidas y los pies gobernando el juego de las oscilaciones. Leía con deleite secreto un libro de Física o de Mecánica Racional, matizando fórmulas y definiciones que memorizaba meticulosamente. Frente a él en la mualla se veía un pizarrón con endiabladas siglas algebraicas, en su artificiosa caligrafía de letras altas: escritura bromista, inventada, grafológica. Del libro iba su vista sobre aquellas fórmulas que él sólo entendía. Y siempre me asaltó el pensamiento de que los emblemas numerales y los primores matemáticos de sus fórmulas endecasílabas tenían mucho que contarse, como se verá más tarde.

Qué es el hombre
............................se pregunta Pascal:
Una potencia de exponente cero,
Nada
........si se compara con todo
Todo
.......si se compara con nada:
Nacimiento más muerte:
Ruido multiplicado por silencio:
Medio aritmético entre el todo y la nada.

No era extraño en nuestros encuentros oírle negar con pasión, con tenacidad rebelde lo que se creían y reputaban grandes valores perdidos en la poesía de Neruda. No pudiera reproducir ahora exactamente sus palabras contra la poesía del vecino. Creo que eran más o menos las siguientes:

¿Poesía?... Tal vez sí, pero sólo a veces. Algo se salva entre tanto borbotón farragoso, tanta inútil materia retórica. Lo que falta es el verdadero poema, ese milagro exacto entre nacimiento y muerte... Yo digo, de todo este torrente híbrido ¿qué quedará?... Quizás uno, dos, tres cantos verdaderos. Y levantaba un dedo pedagógico para sentenciar: ¡Y ni uno solo más!. . .

-No digas blasfemias, Nicanor- le decía yo.

Nicanor contestaba con una fresca carcajada que era como una retractación.

Pero al oírle esto, a mí me parecía escuchar el anatema antinerudiano de Juan Ramón Jiménez en Españoles de tres mundos: "Un gran mal poeta".

Ese gran buen poeta, no amaba con España, al otro gran mal poeta que llegaba desde América, después de Darío. Y así gritaba contra él por esos mismos años mientras destilaba en su alquitara andaluza la puridad de sus antologías, que eran como un antídoto contra los cisnes lesbianos del modernismo y, ahora contra el fluvial torrente nerudiano.

La actitud de Parra parecía confluir tardíamente en lo mismo, pero siguiendo el camino de otro andaluz de sangre más ardiente, más juguetón, más gitano en su raíz y muerte granadina: García Lorca, a quien Neruda le dejó siempre admirado, si no estupefacto, desde su gozoso encuentro en Buenos Aires. Algo adivinó en el chileno, algo que era el talento unido a una vena humorística creadora y que Alberti en sorna definía como "la gracia de lo absolutamente sin gracia", como los pasos de ese cisne de fieltro que camina en su primera residencia.

De tanta poesía, de tanto lirismo, no podía surgir sino una antipoesía, para salvar la poesía. Sutil antagonismo y sima. Pablo solía confidenciarme por ese tiempo en su casa:

-Yo sé que tiene que venir un día en que va a ser necesario matar a mi poesía.

Y sin nombrar a nadie agregaba como una profecía bíblica:

-Quizás ya haya nacido el antipoeta.

Cuando así hablaba Neruda creo que ya estaban presentes las primeras Odas Elementales y los Antipoemas. Y ya habían sobrevenido las primeras discenciones de los más cercanos amigos de Neruda, los que quedaron esperando después de las Residencias, un libro apretado, sencillo, vigorosamente construido, es decir, un imposible: un anti-Neruda hecho por Neruda. Pero ciertamente Neruda ya había hecho por su cuenta, una misteriosa vuelta en el camino, la "curación marxista" que definiría Parra más tarde, creando un lenguaje directo, introduciendo los temas comunes a los cuales dotaba con las finas alas de sus imágenes para ingresarlos al reino verdadero de la poesía. Fue todo eso un prodigio que sólo podía superar un gran poeta. Recuerdo haber oído por esos días a Humberto Díaz Casanueva expresarse:

-Es como el Rey Midas. Todo lo que toca lo transforma en oro.

Pero por esos días también Neruda me confesó que sus Odas no eran una última palabra. Eran sólo una etapa, una tregua, porque su poesía fue siempre un fenómeno reacio a su propio control, un barco difícil de pilotear. Cuando llevado por la curiosidad le pedí que me descifrara el misterio que yo creía ver envuelto en estas palabras, me contestó que así había sido siempre. Las etapas de su poesía nacían de fenómenos incontrolables. Una noche, oyendo la voz del mar, su canto se le había presentado con otro acento, huyendo en un torrente incontenible. Algo que nacía de su propio incubo, algo que era su otra dimensión bárbara. El suceso parecía ser posterior al Crepusculario y los Veinte poemas que buscaron formas olvidadas. De esa última revelación serían frutos precipitados, El Hondero Entusiasta y la Tentativa del Hombre Infinito. Y recordaba esa noche serena, a la orilla del mar en una playita del Sur chileno (acaso el Cantalao del Habitante y su Esperanza), noche torrencial y delirante para su poesía mientras giraba sus brazos como aspas, loco de plenitud.

Han pasado cuarenta años y no se ve que nadie la detenga, ni siquiera la voz de su propio antipoeta. Ni siquiera la del otro, el artífice del repentismo, la malicia juglaresca, pulsando octosílabos y endecasílabos de una alegre guitarra viajera.

No hubiera querido oponer nunca esta sospecha en alusión o estudio alguno, pero aunque no se quiera advertirlo, está claro el desafío del joven David que ha salido con una honda al camino y con una seria advertencia: "¡Nada de crepusculofagia!"

Que es como decir: "¡Nada con los crepuscularios!"... Y se ve también, sin quererlo, el desafío de los títulos antitéticos: Antipoemas contra Odas Elementales; Obra Gruesa contra Canto General... Y uno se resiste a creer que se trata de un juego de este niño a quien Neruda le debe homenajes y a quien le estampó una dedicatoria lejana y paternal "con una estrella para su destino".

El mismo trasgo que nos pone ante la sospecha, nos dice al oído que Neruda dirigía la dedicatoria al verdadero e inexcusable gran poeta que hay en Parra, ése que intentó incursionar traviesamente en el serrallo de las Residencias como se ve en Poemas y Antipoemas especialmente en ese mester de juglaría que titula "La Víbora", tan de Parra dentro de su esquema nerudiano que podemos anteponer como el reverso de "la Maligna" del "Tango del Viudo", semejantes en su arboladura y trazado rítmico, en el caos elemental y su técnica delicuescente. Pero enteramente distintos en su construcción lírica.

Y desde entonces el camino se bifurca irremediablemente. No hay pacto poético. Entrar en esa poesía, en su gran escenario, era entonces para Parra, caer en inevitable formación de vasallaje y, en tal disyuntiva, tuvo que estrangular gran parte de su propia vocación de poeta...

De esta Obra Gruesa que es otra summa o final de cuento como el Canto General, creo yo ahora también que sólo se escaparán del juicio eterno (sin contar algunos de sus últimos artefactos), ciertas gemas de pura poesía, de gracia y emoción, frutos de esa chispa que Parra trae de la tonada y del corrido que desemboca en la "cueca larga", la sal de lo sin sal, la razón de la sin razón de las pobres y graciosas rimas populares... Parra rescata la intención pura de esas voces de la boca de los humoristas populares, para su poesía, volviéndola a su gérmen arcaico, mediante su innato instinto de juglar... Y así, sin hacer mucho ejercicio de poesía, sin voces, sin escuela, sin batifondo, pero dando de qué hablar, tiene un sitio temporal y universal en la poesía, que brota de un conflicto consigo misma, la antipoesía.

De ella solía decir Neruda retrucando un inesperado artefacto:

-Eso no es ni poesía, ni anti-poesía, son anti-Parras. . .

 

I I I

En 1932, Nicanor Parra, con 18 años, está en Santiago, haciendo su sexto año de Humanidades en el Internado Barros Arana. En el colegio logra entre los maestros el prestigio de ser un niño serio, pobre y altanero que se ha revelado contra la autoridad paterna, en Chillán Viejo, para ganarse solo su destino. Y por esta audacia se le premia con una beca de estudios.

En el viejo internado por donde han pasado tantos chilenos ilustres, tiene como condiscípulos a Jorge Millas, filósofo, al pintor Carlos Pedraza y a un niño con algo de prodigio, de alegre rostro, que devendrá, anclando el tiempo, líder de la nueva estétida de su generación: Luis Oyarzún Peña. Pero en esos años, Oyarzún, es sólo el "Chico Oyarzún" del Patio Chico, que se mezcla anticipadamente con los grandes del Patio Grande, para alternar con Millas, Pedraza y Nicanor.

Parra se recibe de Bachiller en 1933, y, lleno de euforia, se matricula espectacularmente en tres establecimientos Universitarios: 1º, en la Escuela de Ingeniería; 2º, en las asignaturas de Matemáticas y Física, y en la de Inglés, en el Instituto Pedagógico, y 3º, como aún le quedan algunas horas libres vespertinas, regulariza también su matrícula a un primer año en la Escuela de Derecho. Es el complicado desarrollo de una ecuación de tercer grado que simplifica en seguida, y se queda sólo con las Matemáticas y el Instituto Pedagógico.

A nadie se atreve a contarle que ya tiene un aborto literario: un cuento extrañamente titulado "Gato en el camino" publicado en la Revista Nueva que con Millas y Pedraza han editado en el Internado Nacional. La revista es una empresa seria y ambiciosa, con portada de Pedraza. Pero el cuento es una irreverencia que ha indignado al serio niño editor, Jorge Millas.

Novel profesor vuelve, en 1937, a la ciudad natal para hacerse cargo de unas horas de Matemáticas en el Liceo.

El año de 1937, es año de gracia para el profesor y para el poeta porque le toca conocer personalmente a dos grandes: Gabriela Mistral y Pablo Neruda. Cumple además los 23 años y publica su Cancionero sin Nombre, al que se le reconoce una fuerte influencia garcilorquiana. Se sella la amistad con Neruda cuando contribuye con dos poemas a un homenaje chillanejo que ocupa una página de La Discusión. A Neruda, nacido en Parral, se le considera chillanejo, y el homenaje tiene allá las proporciones de un evento nacional.

Es un año y unos meses lo que Parra permanece ahora en la ciudad natal, porque sorpresivamente, en sólo unos terriminutos la destruye enteramente el sismo de 1939. El liceo queda en ruinas y con ello cree Nicanor terminada también su carrera pedagógica, que ha quedado bajo los escombros... Pero, entonces, en medio de la tragedia que envuelve a todo Chile, surge nuevamente el maestro que antes le ha dado una beca para continuar sus estudios en Santiago: don Amador Alcayaga que le provee esta vez con un horario de Matemáticas y Física en el mismo Internado Barros Arana.

Viene la quietud. Así pasan cinco años. Hasta 1943, su vida parece tener un lúgubre signo pedagógico:

Considerad muchachos,
este gabán de fraile mendicante:
soy profesor de un liceo oscuro,
he perdido la voz haciendo clases...

Repite el sino de su padre. Se retrata diciendo en un poema que tiene "una nariz de boxeador mulato que baja a la boca de ídolo azteca". Se detesta. No es "ni muy listo ni tonto de remate", es "una mezcla de vinagre y aceite de comer/ ¡Un embutido de ángel y de bestia!"

Se ha casado con Anita Troncoso que le da una hija, Catalina.

De pronto cambia todo en su vida. Le remueve hasta el alma otra beca porque esta vez, es del Institute of International Education, para estudiar en los Estados Unidos Matemáticas Avanzadas, en Brown University, cuando ya en Chile se le ha abierto la docencia Universitaria en el Instituto Pedagógico.

Compañeros y testigos de su vida en Brown afirman que es en este nuevo acuartelamiento matemático, donde comienza a concebir la idea de los antipoemas buscando el regreso a la claridad y naturalidad de los medios expresivos primitivos. Comienza por confesar:

¡Tengo orden de liquidar la poesía!...

Y se llena de secuaces muy bulliciosos que estudian su bachillerato de antipoesía.

Sus amigos han contado que en Brown conoce a su musa Maligna, la que hará desapacible su vida por algunos años. Cuentan que también escribe allí un libro que nunca ha publicado y que tiene un título extraño configurativo como para una pintura de Kokoshka o de Marc Chagall: Entre nubes silba la serpiente. Nadie conoce este libro. Mientras tanto se ha enamorado de Freud a quien en el fondo detesta:

Pájaro con las plumas en la boca
ya no se puede más con el psiquiatra:
todo lo relaciona con el sexo. . .

Felizmente ha entrado en la ponderación de Walt Whitman, de Kafka que comienza a ejercer una fascinación universal. Se conoce a Praga y a Checoslovaquia, por Kafka, en los grupos de presión, donde siempre se lanzan voces y nombres mágicos que llegan, se van y desaparecen, sin dejar huella alguna después de un decenio de sarampión.

Y resulta kafkiano su regreso a Chile, con la "víbora" enroscada al antebrazo, que no lo deja a sol ni a sombra, le absorbe, le liquida los contactos, está siempre en el medio, atajándole el paso y los avances. Es una mujer tan terrible que solía presentarse a su oficina completamente desnuda "ejecutando las contorsiones más difíciles de imaginar, con el propósito de incorporar mi pobre alma a su órbita".

Y son, tal vez, cinco terribles años con el ofidio a cuestas, sin lograr la liberación de su veneno.

Pero ¡oh milagro, entonces! Sobrevienen otras becas, que traen otras mujeres.

En 1949, es el British Council que le otorga una que lleva en sí, una gran recompensa, pues esta beca de la nueva liberación, le da entrada a un curso muy exclusivo que dicta por un año el célebre cosmólogo, Dr. Milne, en Oxford, para un cortísimo y seleccionado número de alumnos exóticos en el que se cuenta un príncipe hindú, un matemático árabe, riquísimo, un japonés, físico y ajedrecista, y un payador chileno: Nicanor Parra. La beca, el maestro, el grupo -está claro- constituyen una consagración. Afortunadamente el aventajado alumno ya conoce muy bien la lengua inglesa y junto con las enseñanzas de Milne, puede leer y saborear como suyos los versos de T.S.Elliot, Erza Pound, William Blake, Dylan Thomas, etc.

Y su vida resulta tranquila en Oxford. Pero de pronto queda vulcanizado por el encanto de dos suecas de celestial pureza y ardor. Tienen tímidas y complicadas citas que se llevan a efecto en un pequeño y discreto departamento frente al ábside de una enorme Christchurch que el aterra con la pestilencia vespertina de sus cantos presbiterianos que son cuchillazos que atraviesan su alma pecadora, y terminan causándole el más extraordinario fenómeno psicosomático: la afasia. Felizmente, mudo, Nicanor no abandona el culto por la carne escandinava.

Así, cuando vuelve a Chile, sigue totalmente afónico y trae consigo a la angelical Inga Palmen. Este fenómeno de afasia para el cual nunca logra hallar una explicación clara, le impide asumir las clases de la Escuela de Ingeniería y debe limitarse a unas tranquilas funciones de Subdirector mudo del establecimiento, y para fundar el dramático fin de uno de sus mejores y celebrados poemas. Se ha casado con Inga y esta admirable muchacha le sigue mientras recobra él el habla y ella ensaya la dura experiencia de una lengua y usos raciales antípodas.

Corre el año 1954 cuando publica su segundo y gran libro: Poemas y Antipoemas, que alcanza el Premio Municipal de Poesía. Pero, la verdad, es ésta una batalla que gana para él, ante un jurado difícil y comprometido, su amigo Tomás Lago, gran instutor de poetas. Desde Cancionero sin nombre, han transcurrirlo 17 años y tendrán que pasar cuatro más hasta la publicación de La Cueca Larga, en 1958, cuando comienzan sus peregrinajes a Madrid, Roma, Viena, Moscú, China, Japón y un paso por Estocolmo, donde tiene que dejar a Inga y aparece Sun Axelssen para llenar todo un nuevo episodio errante de su vida.

En 1962, publica Canciones Rusas y le toca recibir como miembro académico de la Facultad de Filosofía al poeta Pablo Neruda. Al año siguiente, nuevo periplo por el mundo, con etapa en París, donde su hermana Violeta ha abierto una exposición de tejidos en el pórtico del Louvre. Es el año en que también comienza a extenderse su fama extraterritorial. Halla una excelente traductora al ruso para sus antipoemas reunidos en una antología alegre como un kindergarten. En 1966 participa en un encuentro internacional del PEN Club, en Nueva York, al que siguen sucesivos recitales en Berkeley y Los Ángeles. Hay un retrato de Fernando Alegría del guest-poet vagabundo de entonces. Se le ha llenado la cara de "arrugas que contienen sombras, casi ha perdido todo el pelo, lleva en la solapa un pequeño astronauta ruso y en los bolsillos cartas de una mujer que lo dejó por otro". ¿Sun Axelssen?

Tiene 54 años cuando le sorprenden los constantes asedios de la celebridad, traducidos en recitales, horribles ceremonias autográficas, ediciones en diversas lenguas y tipografías. La Torre de Babel. En Cuba se le edita una antología. En los Estados Unidos lo traducen los grandes como Ginsberg, fuera de las versiones del poeta editor Williams, y de Ferlinghetti, Thomas Merton, Dénise Levertov, Alegría, etc.

En 1969, la Editorial Universitaria le edita Obra Gruesa y recibe el Premio Nacional de Literatura sin darle contentamiento, tan inútil ahora como el de la Mistral, recompensa que ya nada cuenta ni edifica (aparte de la alegría de unos secuaces de premios) y cuando éste viene de afuera hacia adentro para allí quedarse aletargado.

 

I V

Quiero ahora volver sobre un cuento bosquejado más arriba.

Yo creo que sólo hay una aparente querella entre Parra y Neruda. Creo que es cultivo de los enemigos de ambos, asociados con amigos parceleros. Porque vienen actos, episodios en que se vocea un gran entendimiento, una gran confraternidad. Hay un amor por una causa que termina uniéndolos en la hora última. Puede ser, es claro, este amor fruto de una política dirigida.

Cuando Neruda vuelve de sus espectaculares destierros, con los cuales sólo se consigue empujarlo a la celebridad y a una poesía política, ahí se halla Parra saludándolo en un memorable poema en que lo llama "gladiador a caballo de un cisne", mientras los enemigos del poeta, tan gloriosamente desterrado, "imparten absurdas órdenes de quemar alamedas y jardines", para impedir que crezca la semilla transmitida por su palabra.

En el acto de incorporación de Neruda a la Facultad de Filosofía, el 30 de Marzo de 1962, Nicanor es el encargado de recibirlo en un memorable discurso. Entonces declara: "Hay dos maneras de refutar a Neruda: una es no leyéndolo, la otra leyéndolo de mala fe. Yo he practicado ambas, pero ninguna me dio resultado". Ha canjeado con el poeta, además, obsequios muy significativos que son insignias de amistad y recíproco reconocimiento: " ... Un Whitman contra un López Velarde, una cerámica de Quinchamalí contra un poncho araucano, un reloj de bolsillo contra un jardín de siemprevivas, mariposas, etc. Todo lo cual -declara Parra- le da derecho para considerarse un nerudista fogueado".

Y tal vez mirando a esta misma razón y, antes de analizar académicamente la poesía del nuevo académico, tiene que definir la propia: "La antipoesía es una lucha libre contra los elementos, el antipoeta se concede a sí mismo el Derecho de decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias prácticas que pueden acarrearle sus formulaciones teóricas. Resultado, el antipoeta es declarado persona no grata"... "Hablando de peras el antipoeta puede salir perfectamente con manzanas, sin que por eso el mundo se vaya a venir abajo. Y si se viene abajo, tanto mejor, esa es precisamente la finalidad última del antipoeta, hace saltar a papirotazos los cimientos apolillados en las instituciones caducas y anquilosadas".

En un paréntesis puntualiza:

-Tal vez en el método de combate sea, después de todo, donde estribe la diferencia entre poeta soldado y antipoeta: el antipoeta se bate a papirotazos, en circunstancias de que el poeta soldado no da paso sin ametralladora portátil... Por razones de carácter personal el antipoeta es un franco tirador. Lucha por la misma causa, pero con un método completamente distinto, sin negar al poeta soldado, colaborando con él desde lejos, aunque su método pueda parecer ambiguo.

En ninguna parte ha quedado mejor expresada la diferencia entre ambos, la raíz lúdica de uno y el fondo torrencial épico y lírico del otro: las peras y las manzanas.

En este mismo acto de recepción al máximo poeta, acto que viene a efectuarse trece años después del destierro, y que Parra lo califica como réplica a un antiacto de desafuero de un gobierno miope, hallo en el discurso de Parra, la mejor interpretación del desarrollo de la poesía de Neruda, desde el punto de vista de las "edades del hombre", como él define. Dice Parra que hay en Neruda "una poesía adolescente que va del Crepusculario al Hondero Entusiasta, la poesía juvenil de Residencia en la Tierra y la poesía madura con el Canto General que consolida definitivamente al hombre en el paraíso de las Odas Elementales."

Recuérdese que el juicio está emitido en 1962. Después es difícil seguir las ediciones de Neruda. Cada vez parecen alejarse más en inaccesibles almonedas de precios elzevires, concursos sólo para el bolsillo de los ricos, que aleja al verdadero nerudiano medio.

En líneas generales -dice Parra- esta escalada del desarrollo poético de Neruda se resume:

-En una caída de la torre inclinada de la conciencia al abismo del subconsciente nebuloso y caótico; a la que sigue una permanencia más o menos dilatada del ser en esta atmósfera irrespirable y, finalmente, en una lucha cruenta. La primera es una etapa de dolor; la segunda el ensimismamiento y la tercera es la curación por el método marxista.

Es fácil ajustar a esta notable clasificación, los títulos de los libros citados más arriba. Resumiendo: el sujeto nerudiano entra en conflicto con el medio, se evade de él como solución de emergencia y se reconcilia finalmente con la vida a través de un proceso de racionalización de los problemas, termina Parra.

Pero Neruda no tiene espacio mayor para calificar, en el modo y la hora académicos, la obra de Parra. No es el momento. Ha tenido que dar preferencia al relieve de su antecesor que le deja el sillón: Mariano Latorre. Tiene para el antipoeta unas frases de clara finura. Debe confesar que se ha sentido "conmovido una vez más por la desbordante vocación, la prodigiosa invención con que Nicanor Parra consteló generosamente la sala y encendió una fosfórica luz sobre su cabeza provinciana". (No se entiende bien cuál es la cabeza provinciana: si la de él o la del exégeta). Y gran conocedor de sus públicos, Neruda aprovechará la circunstancia para agregar que aún no ha llegado la hora en que su canto termine, que otros podrán renovar la forma y el sentido; que temblarán los libros en los anaqueles y nuevas palabras insólitas, nuevos signos y nuevos sellos sacudirán las puertas de la poesía. No importa.

Su canto no terminará.

Neruda fue prematuro exégeta de Nicanor, pero a lo largo de la vida del poeta forma su corazón una escolta que decoran los nombres de García Lorca, Luis Aragón, César Vallejo, Paul Eluard, Vicente Aleixandre, Ralfael Alberti, Miguel Hernández, Oliverio Girondo. Esta lista, desgraciadamente, casi es un obituario, y no hay en su corto enrolamiento, un sólo poeta chileno. Y, por supuesto, ni siquiera Nicanor.

Donde se hallan las mejores definiciones, es en el propio poeta y en muy pocos de sus actuales. No hay paralelo posible con Neruda, porque todo paralelo con él parecerá un antiparalelo, una perpendicular, una intersección, como sería confrontarlos, por ejemplo, en la conducta frente a sus constantes y, especialmente, frente al lirismo como motor de la poesía. Pero en el mundo de sus comentadores se cae en una guerra de frases circulatorias que dejan a la figura del poeta en un modo de indefinición, lleno de antinomias, de improbables, con los que nunca se toca fondo.

Y hay ciertamente en este terreno interpretativo un mundo encantado y engañoso, un arte de consuelos verbales que sólo se afirma en hipótesis y palabras. Además, nunca se sabe bien si las respuestas son auténticas o sólo fruto de la viveza del encuestador.

Por eso, dando fe a Antonio Skármeta, dejamos hablar al propio poeta de las edades de su poesía, de la conducta de sus amigos y enemigos:

-... Cuando transito de un libro a otro cambio todo el personal -declara Parra-. Se produce un cambio total de Ministerio. Entre Cancionero sin Nombre y los Antipoemas perdí a todos mis lectores garcilorquianos. Chela Reyes me encontró en la calle y me sentenció: "Antes sí, ahora no". En cuanto saqué las garras mucha gente me negó.

Esto ocurre con la publicación de Canciones Rusas. Con Versos de Salón sigue la debacle:

-Ahí me abandonaron mis nuevos managers. Eleazar Huerta, que me había puesto por los cuernos de la luna, se dio vuelta. Jorge Eliot uno de mis más fieles gerentes, el hombre que me introdujo en la poesía "beat" norteamericana, también tiró la esponja. Otro que me desmontó fue Armando Uribe. Pero con este libro captó otra gente. El joven poeta norteamericano Luis García se presentó a mi casa con el libro en la mano a decirme: "He venido a ver al único poeta que me interesa. En Versos de Salón hay poesía flaca, y yo estoy contra la poesía gorda".

Cuando Skármeta lo interroga acerca de cuáles otros fueron quedando en el paso a Canciones Rusas, responde:

-Valente, puso objeciones. Estoy seguro que con mis artefactos voy a perder a todos mis lectores. Eso es inevitable: cada vez que he publicado un libro se ha puesto una cruz en la hipotética tumba de Nicanor Parra...

Y ante la evolución de su obra desde los antipoemas a los artefactos, declara:

-Los artefactos resultaron de la explosión del antipoema. Estos estaban tan cargados de "pathos", que tenían que reventar. Los trozos son como los fragmentos de una granada. Salen en distintas direcciones y matan a los tipos que están por ahí. Pueden considerarse "Partículas Elementales". (Perdón por la mayúscula, que es mía, porque hay aquí también como un reverso sonriente de otro título: Odas Elementales, del otro poeta).

 

 

V

Y quiero terminar citando dos juicios lejanos en el tiempo, que sin embargo se enlazan y complementan secretamente. Uno tiene un fondo estético. El otro es tajante, seguro, confiere un destino muy alto a la poesía de Parra.

En 1952, Enrique Lihn, poeta, crítico lúcido con gran penetración, escribió un magistral análisis del poema "Los Vicios del Mundo Moderno", al parecer entonces el más maduro poema para una definición del poeta. Gloso su juicio casi a la letra porque él expresa, como pocos, las constantes de la poesía de Parra. En lo que se refiere a su estética, decía Lihn que Parra sustenta una estética al margen de nuestra tradición literaria. Parra moraliza sin convicción ninguna, y cuando hace una pintura crítica del mundo moderno introduce en ella elementos destinados a restarle toda seriedad... Entre la primera y la tercera parte del poema, la lista de los vicios -que implican virtudes- es como una torre de Babel; no llega al cielo porque la unidad de su proyecto se descompone en multiplicidad. Todo esto es naturalmente de gran calidad poética. Pero, ¿se proponía el autor nada más que conseguir esa calidad para su obra? Valéry afirmaba que la poesía era para él un medio de transformarse. No escribía por el mero placer de hacerlo. Tampoco Parra profesa un culto exagerado por la creación que se basta a sí misma. El arte por el arte lo deja, más que a todos nosotros que ya hemos superado esa posición absurda, completamente frío.

Lihn propone una respuesta a la interrogante sobre Parra:

- El poeta de "Los Vicios del Mundo Moderno" aspiraba verdaderamente a juzgar a este mundo en que nos debatimos. Era una empresa descabellada y terminó por reírse de ella a falta de otra salida... Cambió su proyecto y acaso este cambio y el proyecto constituían una sola cosa, para entregarse a un juego, por lo demás muy necesario. Pintar el mundo tal cual es, y no como debiera ser.

Ahora quiero reproducir el juicio de Tomás Lago. Tiene que estar aquí. Lago no puede ser eludido. No puede él ser imparcial tampoco. Es algo muy cercano al poeta. Es más que un amigo, es un tutor, su verdadero padre. Tiene con él puntos de contacto insobornables en el amor por las cosas del arte nativo para conferirles la jerarquía de una nueva estética y descubrir toda la potencia de su expresividad. En este aspecto es un maestro que ha recorrido los mil caminos de Chile. Así como descubría las joyas inexploradas del arte vernáculo, fue descubriendo poetas que parten desde la generación de Parra; los alentó y alineó en su ensayo "Ocho Putas", publicado por la Universidad. Lago confiere a Parra una misión transcendental: destruir los ídolos y recomenzar la cuenta. Es una interpretación que hemos hallado escondida en la contraportada de un disco con la voz del poeta que se vende en el comercio de nuestras tiendas que satisfacen los vicios auditivos de una sociedad de consumo. Creo inevitable reproducirlo entero. Resulta un ensayo magistral, cargado de explosivos que amenazan de vida y muerte a casi toda nuestra poesía, pues sus términos tienen la expresión de un "Dies irae". Dice Tomás:

"Nicanor Parra es el poeta más importante de la nueva literatura chilena, por su calidad divergente, de tesis contradictoria, su fuerza mestiza. Sólo leyendo a este autor es posible darse cuenta de lo que sucede en la poesía.

"Es capaz de una doble tarea, lo que no es fácil en absoluto. Se hace bien una cosa u otra. Se derriba o se construye. A veces se hace bien algo de esto, sin pensarlo demasiado, de una manera consecuencial, como parte de un propósito no calculado. Parra hace ambas cosas a conciencia, con un impulso extraño, que parece no pertenecerle del todo. Así, canta como un virtuoso de las coplas populares, con ociosidad y divertimiento, inacabablemente, estirando las cuerdas de los dichos y jaranerías del lenguaje callejero, y luego cambia la voz, cambia de traje, y aparece negativo como una campana de palo, como el hombre de Hiroshima.

"Lo único que se mantiene invariable es la línea esquiva de su humor personal que nunca se borra del todo en sus estrofas. Las coplas son a lo Parra, los antipoemas también. En cuanto se abandona a una situación determinada, a un tema o sentimiento, se recupera de súbito y lo echa todo a la broma: "Aquí no pasa nada amigo". "Cómo se le ocurre, pués".

"¿Cuál es el secreto de su fuerza? La vocación irresistible. Nació cantando y ha de morir así. A pesar de los tiempos difíciles que le ha tocado vivir y que han decidido esta noble cara de su obra poética. Virtuosismo, por una parte, rigor nacional, por otra. Como nunca, el poeta mismo es un campo de lucha entre el instinto y la razón; de ahí la dureza contrastante de su figura en la poesía chilena, trazada en fuertes trazos revanchistas, luces y grietas, un perfil acusado y melódico sobre el fondo de un descarnado vacío. Nunca se ha visto en la literatura chilena un caso más dramático de inconformismo intelectual.

"Pero había por qué, me parece.

"Las grandes voces dominan el ambiente. La poesía de consumo tenía abarrotado el mercado. Libros "muy vendibles", llenan los prospectos bibliográficos, dando amplia satisfacción a los lectores rezagados, de receptividad tardía y a los otros aun más indiferentes, que sólo sufren de pereza mental. Por esto, si hay un sitio del habla castellana donde el arte poético es una empresa difícil para las nuevas generaciones, ése es nuestro país. Cada "maestro", con su retórica, las cláusulas métricas acentuadas de cierta manera, las imágenes inventariadas por orden alfabético:

"para provocar estados de noble melancolía,

"para estimular el apetito sexual,

"para ofrecer algunos conocimientos sobre la historia de América y de Chile,

"para dar fe al heroísmo del autor y su amor al pueblo.

"A tan corto plazo un nuevo academismo, tan detestable como todos los otros, por su barroquismo, agravado ahora por la industria sintética, basada en la producción en serie, explotando científicamente los reflejos condicionados.

"Pero toda retórica trae consigo un caudal de escoria podrida, y hoy hasta la literatura hispanoamericana aparece saturada de subproductos chilenos que han corrompido el campo literario. En otras palabras, nuestros grandes poetas han llegado a ser inaguantables. Es hora de reaccionar. Lo peor que le puede suceder a un buen poeta es vivir de sus propios residuos, y de esto están viviendo nuestros autores más célebres, vendiendo poesía por metros a la industria del libro. Como es lógico no pueden entregar más que basura, frases hechas en su distante y florida juventud. (Sólo que el recuerdo de la juventud, (ay!, no es la juventud!

"¿Cómo salirse del camino de las vacas sagradas? ¿Cómo acallar el eco ensordecedor de la feria?

"Hay un solo medio -porque la poesía no termina aquí-: hay que destruirlo todo, en una acción de tierra arrasada. Hay que destruir con saña, para lo cual es necesario crear elementos corrosivos muy enérgicos: más que eso, es necesario crear, mediante procesos de difícil comprensión, la antimateria alegórica, leyes nuevas para un estado al vacío.

"En eso se ha ocupado Nicanor Parra, sin perder su sonrisa. Lo sabemos: es una difícil tarea, en la cual no hay que hacer abstracción de todas las convenciones admitidas. Un acto cruel, en suma. El poeta, entonces, es un campo de lucha: un cuadrilátero -caminando, tan emotivo que le corren lágrimas a través de la sonrisa, y tan furioso, que llega a perder la voz.

"Nicanor Parra es el poeta más importante de nuestra literatura chilena, por la proyección de su obra, piedra angular de la futura poesía. Digamos aun que su esfuerzo es la única posibilidad de creación en los días que corren, la única salida del embotamiento de un nuevo academismo no por ilustre menos estéril y tedioso. Con plena conciencia lo ha dicho: "Nosotros tenemos que ser duros, escuetos y transparentes, en oposición a la blandura, a la grasa y a las cortinas de humo de nuestros primeros y últimos padres".

Es tan rotundo este juicio que no queda otra cosa que callar y esperar la explosión de los ídolos aplastados por las columnas del templo, o, antes de la caída, la réplica de voces divinas, antes que estalle la carga de los antipoemas y lleguen ellos a transformarse en una verdadera nueva poesía de destrucción, con tanta gracia como ira.

Pero la fuerza de este juicio que también envuelve una acusación, parece no hallar una respuesta acorde en la obra del propio autor, embebido en su juego juglaresco, sorprendiendo a cada rato con salidas de tono y despropósitos graciosos que son un permanente esguice, reacio a todo juicio.

Pero oye mi última palabra ...
Con la mayor amargura del mundo
me retracto de todo lo dicho

Y en la misma mezcla de albañil que dibuja el prodigio de esta Obra Gruesa, con una alegre fiesta de tijerales, hay alguien que se hastía de sí mismo, que quiere acabar también con la antipoesía y con todo, en un artefacto-caligrama que rompe la tapa final de la poesía, saliendo hacia formas simplemente geométricas que se estructuran sobre marcos de tipografía. Y que aquí anima un desfile callejero de robots y energúmenos, un terrible grupo de presión, que solicita al Supremo Gobierno una destitución constitucional.

¡Muerte sí!
¡Funerales no!

¿A quién desean eliminar? ¿Al Hombre de Hiroshima que ha entrado en la escena?...

 

 

en: Boletín de la Universidad de Chile, Nº102-103, Santiago, junio-julio de 1970, pp.62-73.

 

 

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