POEMAS Y ANTIPOEMAS: TERCERA EDICIÓN DE UNA LECTURA

 

por Federico Schopf

 

Por estos días -los de su tercera edición- es unánimemente reconocida la importancia de Poemas y Antipoemas. Resulta ya claro que las tres partes en que aparece dividido el libro no separan simplemente tres épocas de la obra del autor, no distinguen sólo diversos modos de poetizar y temples de animo, sino que más profundamente, muestran los diversos momentos de la búsqueda y articulación de un nuevo alfabeto. La coherencia del libro es, pues, la de una estructura temporal. Los poemas se convierten, así, en la prehistoria y comienzos de una nueva e irresistible lectura del mundo. En ellos, el nuevo verbo no sólo rechaza al anterior, sino que también lo acoge en su verdad más amplia y radical. El movimiento se produce en un curioso carácter envolvente; así el sentimiento de melancólico dolor que tiñe la evocación de la patria perdida para siempre en "Hay un día feliz" o la nostalgia de la hija lejana, quedan simultáneamente rechazados y asumidos por la insoportable y solitaria desesperación que colma los antipoemas finales del libro. El mundo de los antipoemas es el mundo de la enajenación absoluta: el ser humano no es relativo a nada, su diálogo es con la ausencia o un conjunto de máscaras. La comprobación de esta soledad conduce a la desesperación y al delirio. Enrique Lihn ha hablado alguna vez de lo infernal en los antipoemas. Sin mucha dificultad podría concederse que el carácter infernal de la existencia reside en su falta de sentido. Ella está expuesta en su más auténtica y concreta plenitud en la tercera parte de este libro. Frente a ella el poeta no puede ser sino un jugador que juega su propio absurdo, un sarcástico payaso que se ríe de sí mismo. La obra posterior de Parra (La cuenca larga, Versos de salón, Canciones rusas, Cartas del poeta que duerme en una silla) condujo esta situación a una de sus perfecciones posibles: en ella las perspectivas de Poemas y Antipoemas, se amplifican, se enriquecen, se estrechan, se abren, se niegan, pero los diversos pasos no son el resultado de una necesidad, sino de una elección. El verbo antipoético ha sido oscilante y ha anclado su luz allí donde parecía haber correspondencia. La cuestión es delicada: ¿se ha mantenido el poeta fiel a su intención original ¿Ha soportado una existencia al borde del abismo? Hace poco Armando Uribe acusó a la poesía nerudiana de no haber permanecido fiel a los hallazgos metafísicos de Residencia en la tierra (1); segun él, las obras posteriores (tal vez no todas) han sido una solución ideológica y anterior del mundo, un recubrimiento de la atrocidad encontrada en las residencias, una técnica práctica y persuasiva. En el caso de Parra, sus últimos poemas ¿prolongan el filamento nervioso de los iniciales, o, al contrario, se han elaborado a partir de un olvido? En términos generales, su poesía ha ido desde la desesperación al consuelo, desde la soledad a la resignación. Un último momento –"Artefactos"- parece ser el de una absoluta impersonalidad. Pero ¿ello es una resta/ una multiplicación del individuo y sus derechos existenciales, una superación o una máscara de superhombre?

 

LA CRÍTICA ANTE PARRA

Pero esta nota no se propone describir el desarrollo de la antipoesía y el sentido de sus varios momentos sino, muy de pasada, contrastar las diversas lecturas y críticas que este libro ha suscitado dentro del país en los años que han transcurrido desde su primera edición hasta el presente. Desde luego, el estudio detenido de este acontecimiento, el registro de los diversos desciframientos de su texto nos suministraría interesantes datos para una sociología literaria, pero no sólo eso, ya que la historia de una obra incide directamente en su ser y, por tanto, en su teoría.

Ciertamente, los antipoemas -como lo señaló, entre otros, Eleazar Huerta (2)- no son simplemente poemas que diferirían del resto de los del libro por su "trascendentalidad", "ausencia de rima" y "técnica". La singularidad de los antipoemas parece no estar atrapada en esta oposición que, además, es válida para la comparación de otros tipos de poesía. Pero tampoco, como hemos visto, los antipoemas se oponen absolutamente a los poemas: al contrario, vienen preparados desde la insuficiencia de éstos, desde su cortocircuito expresivo al ser puestos en contacto con la realidad. Con respecto a los poemas, los antipoemas rechazan su totalidad expresiva y acogen, en cambio, aquellos recursos e imágenes que son aún válidos y que en el nuevo contexto adquieren otro sentido. Así, los poemas de este libro pertenecen al impulso que se planifica en los antipoemas. El origen y culminación de la poesía de Parra no es otro que el de los antipoemas publicados como conjunto en 1954. El título del libro no hace sino subrayar la necesaria dependencia de unos y otros y, a través de ello, su entronque con la tradición poética nacional e internacional. Esta dependencia se establece, además, en otro sentido que aclara el mismo Parra: "Sin ser un vate, sin ser un Zaratustra criollo, sin ser aprendiz de hechicero, busco la entrada y salida del laberinto en que estamos... Por eso es que mi primera época no existe... todas estas formas, aparentemente nuevas, de mi poesía, a las que he llamado antipoemas, coexistían ya en mis comienzos. La búsqueda del tiempo, la vuelta a la provincia de mi infancia, la exaltación de la minúscula vida provinciana, el romanticismo a flor de alma, no son otra cosa que el reverso del mismo guante. El mundo soterrado de esos años (los años de "Se canta al mar" o "Hay un día feliz") adquiere ahora una dimensión nueva, se trueca en realidad, se le quita ese barniz de leyenda y se hace absurdo" (3).

Eleazar Huerta, en el mismo artículo antes citado -y coincidiendo con nosotros en la letra, pero no en la sangre- indicó acertadamente que las composiciones de este libro "constituyen un ciclo poemático, cuya unidad está dada en el sentido de una evolución". En cambio, Gonzalo Rojas -en una reseña publicada en agosto de 1954 (4)- sostuvo que no se trataba de "dos visiones distintas del mundo y del hombre, ni sucesivas ni simultáneas, sino de dos tipos de procedimiento, es decir, de dos intenciones". Con esto parecía negar la continuidad y estructura de las partes, sobre todo, cuando enseguida añadía que "en realidad, el libro tiene tres partes y no dos". De este modo, sus afirmaciones introducían un dilema: si hay dos intenciones, es posible que ellas se repartan las tres secciones del libro, pero entonces éstas no podrían manifestar una estructura. En sentido inverso, si las partes son efectivamente partes de una estructura entonces han de corresponder, a tres intenciones necesariamente enlazadas. Por desgracia, la opinión de Rojas no fue desarrollada con más detención este artículo ni, que yo sepa, en ninguna otra parte.

 

GONZALO ROJAS

Muy tempranamente, un sector de la crítica advirtió la novedad expresiva que aportaban los antipoemas. Fue Gonzalo Rojas quien señaló que Parra pertenecía "a la falange de los libertadores en la poesía, que buscan la renovación en la expresividad". Pero, en general, la critica -demasiado apresurada en nuestro país y poco acostumbrada a leer y a leer en su contexto legítimo- , traicionó el sentido de esta novedad. En efecto, quiso hacerla residir exclusivamente en el reemplazo de procedimientos poéticos y de vocabulario. Pero -como advierte el mismo Rojas en su mencionado articulo- una parte considerable de este vocabulario había sido utilizada ya en la poesía anterior, por ejemplo, en las Residencias... de Neruda. Además, los procedimientos eran los de la poesía surrealista, los de Eliot e incluso Apollinaire o, en seguida, Auden. Desde luego, con esta observación no se quiso negar la evidente originalidad del intento de Parra: como él lo ha dicho, con plena lucidez: "puede ser que mis poemas recuerden a tales autores... después de todo, todos estamos metidos en este universo de influencias, de responsabilidades comunes... cuando respiro o estiro mi brazo no sé qué males ocasiono a la distancia. Estamos inmersos en un sistema de vasos comunicantes. No hay más". Por otra parte, nadie puede desconocer el decisivo aporte de la antipoesía en este plano: la incorporación de ciertos estratos de lenguaje, las palabras y sobre todo los moldes expresivos de la dicción burguesa y popular que, en manos del antipoeta, adquirieron una poderosa capacidad expresiva. En este sentido, el ejercicio de la antipoesía ha instituido una nueva retórica que, sin duda, enriquece las posibilidades de una poesía auténtica, pero que, utilizada por versificadores ad usum Delphinis, nos ha plagado de una fastidiosa e inútil reduplicación de la prensa sensacionalista que, por lo demás, los aventaja en novedad y agudeza.

Pero no todo fue afirmación de la absoluta novedad de su vocabulario y procedimientos. Años más tarde (1958) el investigador Pedro Lastra nos aclara que el antipoeta "recurre a un lenguaje de formas coloquiales, en el que tienen cabida todas las expresiones posibles, sin desechar sino las ya gastadas fórmulas del lenguaje tradicional poético". Además, agregaba, "no es un lenguaje nuevo lo que crea (la antipoesía), sino que intenta y logra aprovechar los materiales cotidianos que se le ofrecen para alcanzar un distinto tono comunicativo" (5). Las afirmaciones de Lastra no conducen, sin embargo, al auténtico centro de la novedad de la antipoesía, que no se satisface afirmando vagamente de ella que es ¡de nuevo! "una visión pesimista del mundo" (expresada en un vocabulario tradicional o novedoso). Al contrario, ella es un inédito acuerdo entre letra y mundo, un nuevo encuentro de la escritura y la carne. En este sentido -y algo escandalosamente- se puede decir que la novedad de la antipoesía es equivalente a la que otorga el hallazgo de nuevas relaciones fonológicas. Así, su novedad es la articulación y relevancia diversa de las palabras e imágenes. Las imágenes, las palabras, las frases se relacionan y fundan contextos inéditos. Las palabras no repiten ni afirman sentidos ya expresados, no coinciden exclusivamente con el verbo anterior: al revés, éste es el pretexto para que ellas encajen allí donde había silencio y en su entramado hagan brotar figuras que, a su vez, se encajan con asombrosa exactitud en zonas impronunciadas e inquietantes de nuestra vida. La articulación de los antipoemas, su estilo, se prolonga en el flujo de nuestra existencia y, al proyectarse en sus oscuras fisuras, coincide con ellas y las descifra. Por esto, no resulta sorprendente que avezados lectores de esta obra, reconocieran en ellos un análogo clarificador de su existencia.

Esta misma lectura, que tan difícil fue proponer en sus comienzos como lectura poética y como lectura de la realidad (su humorismo, su lenguaje, su narración eran desconcertantes) está hoy fuertemente ayudada por la misma realidad que quería descifrar. En aparente paradoja, ahora yo constato el mundo al introducirme en el texto: ya no descubro el mundo desde la escritura, ya no advengo a la verdad del mundo al través de su pronunciación, sino que la constato, casi sin asombro, casi sin tragedia, en ciertos textos que ahora reconozco, la proponían mucho antes. En el tránsito de la lectura descubridora hacia la constatación o, mejor dicho, en la suma da ambas, acontece la vigencia de una poesía. Pero esta vigencia así establecida nunca impide el acceso original, aunque si puede recubrirlo o, al menos, contribuir eficazmente a su olvido.

Viente años de lectura -ya que varios antipoemas aparecieron ya hacia 1948 en diversas antologías; recuerdo una: la de Zambelli- han probado con suficiencia el valor definitivo de este verbo, su pertenencia a la historia que aclara. En este sentido, se conserva aún abierto el ingreso a su asombro y frescura que, por cierto, siempre será difícil, no haciendo con esto más que subrayar el carácter hermético de toda poesía verdadera como dice en 1968 el poeta Enrique Lihn: "Obvio es decir que siempre ha habido una falsa oscuridad poética, la que mi amigo Nicanor Parra llama "retórica de monaguillos", y contra la cual sus "poetas de la claridad", él en una palabra, han levantado la antipoesía, es decir, una poesía genuina que, en cuanto tal, ciertamente, suele ser "más retorcida que una oreja", necesariamente oscura, difícil de penetrar... No me parece que los antipoemas, a pesar del lenguaje coloquial, de los lugares comunes, etc., sean, por otra parte, un dechado de claridad, "al alcance del grueso público", es decir, del número máximo de lectores nacionales, poco numerosos en cualquier caso, que respondieron a la eficacia del libro poniéndolo por las nubes de un merecido éxito" (6). Este éxito, desde luego, está asegurado, pero es nuestra más firme creencia, sólo gracias al camino de su recto acceso.

Valdivia, octubre 1957.

 

En: diario La Nación, Santiago, 29 de octubre de 1967.

 

SISIB y Facultad de Filosofía y Humanidades - Universidad de Chile

 

 

NOTAS

(1) "Como un herido a bala". La Nación, Gaceta Literaria, 9-7-1967. volver

(2) E, Huerta, "Poemas y Antipoemas", Las Últimas Noticias, 1954. volver

(3) Luis Droguett Alfaro. "Diálogo Apócrifo con N. P.". Atenea (1959), Nº 383. volver

(4) En La Patria (Concepción), 15-8-1954.volver

(5) P. Lastra, "Notas sobre cinco poetas chilenos", Atenea (1958). Nº 380-381.volver

(6) E. Lihn. "Definición de un poeta", Anales de la U. de Chile (1966). Nº 137. volver